martes, 2 de febrero de 2016

El Capitalismo Comunista.

La igualdad a raja tabla que el pasado comunismo manifestaba a través de la dialéctica materialista por la que las personas eran sometidas mediante fuerzas implacables hasta convertirlas en una masa social que daba forma tanto a su fisonomía como a sus emociones, mentes, voluntades y anhelos; se ha vuelto una realidad ahora a través del capitalismo y de su más reciente creación la globalización.










A inicios del siglo pasado los movimientos comunistas enturbiaron las aguas de vida del continente asiático tratando a la fuerza de convertir a cada ser humano del infausto lugar en peones del macabro esfuerzo por romper la individualidad personal y  convertir a las comunidades en masas indolentes, inconscientes. Esto implicaba de hecho la muerte del conocimiento íntegro, individual, para dar paso al adoctrinamiento social, a la masa por sobre el individuo.

La historia vino a demostrar que las personas no se someten a imposiciones directas ni aunque la vida les sea arrebatada impunemente. Los comunistas cedieron entonces el paso a los capitalistas y la humanidad entera pasó de un tropiezo a una gran caída. En occidente se fraguaba una intriga peor y un dominio superior al gestado en oriente. En el capitalismo no se impusieron a la fuerza las ideas, sino que se utilizaron los grandes sistemas de corrupción y adoctrinamiento publicitario y la institucionalización de las doctrinas. La personas ya no eran sometidas por la fuerza física, empezaron a ser sometidas por la fuerza del agenciamiento, de la obediencia. Ya no se doblegaban con la rebeldía de la venganza, sino se adoctrinaban fácilmente con los impuestos académicos modernos. Las ideas ya no se imponían. Las ideas se sembraban y se certificaban.

Se gritaba entonces por la individualidad de las gentes, por la razón de la independencia personal. El mundo veía tal efecto con ojos lustrosos, sin darse cuenta de la terrible verdad que ocultaba tal movimiento. Entonces las personas se convirtieron en lo que la modernidad pretendía. Hombres empleados, mujeres en casa, hijos en eficientes instituciones. La educación iba por ese sendero. Se aleccionaba para tener familia, una casa, un auto y deudas y más deudas. No importaba quién realmente eres, ni cuál tu verdadera vocación. Lo interesante era ser independiente, individual, ser único, pero cortado con la tijera de la mayoría. El capitalismo se vuelve global y la tan ansiada y defendida individualidad se convierte en la más terrible de las igualdades. Las personas de todo el planeta consumen, se convierten en masas de consumidores que acaban con lo hermoso del propio sueño capitalista. Trabajan y consumen. No existe otro objetivo. Vivir para consumir y consumir lo que todos consumen. Consumen los mismos alimentos, las mismas ideas, las mismas metas. No existen ahora personas diferentes con propia identidad. No existen seres que no sean lo que la masa les impone. Los procesos evolutivos del materialismo dialéctico se imponen por doquier ya sin el rigor del fusil pero con la fuerza destructiva de un ciclón. Ha dejado de existir solamente en los países comunistas para estar ahora a nivel global. Ya es una idea institucionalizada. Existe solamente la evolución y el destino de la evolución es la igualdad. ¿Dónde quedaron las manifestaciones particulares de los pueblos, las gentes, la persona? No existe ya eso. Todos somos iguales a la usanza del mejor de los comunismos. Las calles ya no tienen talabarteros, ebanistas, sastres, costureras, dibujantes, panaderos, cocineros, tejedores, peluqueros, artesanos, electricistas, mecánicos, fruteros; ya no. Solo están los comerciantes, los negociantes los que quieren dinero, como todos y como el peor segmento, los empleados. Ahora somos iguales. Nos vestimos igual, nos lavamos con el mismo jabón, saludamos con el mismo disgusto. Las mismas películas llenan nuestros estantes y la gente aunque venga de países distantes, se manifiestan de igual manera. Hablan distinto y tienen modos distintos, pero en esencia su lenguaje dice lo mismo y sus pesares son los mismos. Tener distinta nacionalidad no nos cambia. Es un mundo de clones, un mundo de inconsciencia más severa que la cárcel siberiana más severa.

Las familias con el afán individual se destruyen, Los padres se alejan para cumplir el sueño. Los nuevos grupos familiares ya no son aquel nuclear de padres e hijos. Ahora son abuelos con sobrinos y amigos con nietos. La gran falacia muestra su esplendor y nos enfrentamos a un mundo de dormidos idénticos que abarrotan las masas de desempleados. Lo peor de todo es que nadie se pregunta si la crisis es por otra causa que no sea el dinero.

Hemos dejado el comunismo pero seguimos el sendero de la igualdad y de la masificación con la supuesta idea de individualidad.

Somos tan idénticos que tenemos los mismos problemas y los mismos sufrimientos. Podemos hablar con un extraño del otro lado del mundo y sus pesares serán de la misma calidad y cantidad que un nativo. Los mismos, los mismo de siempre. El mismo nivel de ser, el mismo nivel moral. Antes por lo menos, unos tenían unos problemas y otros otros. Ahora ya no es así. Vivimos en un mundo donde no podemos escapar.

Anhelar un cambio verdadero, dice Samael Aun Weor es indispensable. Anhelar la consciencia es indispensable si se pretende dejar este aburridor mundo donde se vive la inconciencia total e infrahumana.

¡Despertar! ¿Cómo hacerlo?
Deje de ser lo que la masa es.



Atentamente
Erick Bojorque Pazmiño

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